La Encina y la caña fabula de Jean De la Fontaine
Dijo la Encina a la Caña:
“Razón tienes
para quejarte de la naturaleza: un pajarillo es para ti grave peso; la brisa
más ligera, que riza la superficie del agua, te hace bajar la cabeza. Mi
frente, parecida a la cumbre del Cáucaso,
no sólo detiene los rayos del sol; desafía también la tempestad. Para ti, todo es aquilón; para mí, céfiro. Si
nacieses, a lo menos, al abrigo de mi follaje, no padecerías tanto: yo te
defendería de la borrasca. Pero casi siempre brotas en las húmedas orillas del
reino de los vientos. ¡Injusta ha sido contigo la naturaleza!"
–Tu compasión,
respondió la Caña, prueba tu buen natural; pero no te apures. Los vientos no
son tan temibles para mí como para ti. Me inclino y me doblo, pero no me
quiebro. Hasta el presente has podido resistir las mayores ráfagas sin inclinar
el espinazo; pero hasta el fin nadie es dichoso.
Apenas dijo
estas palabras, de los confines del horizonte acude furibundo el más terrible
huracán que engendró el septentrión. El árbol resiste, la caña se inclina; el
viento redobla sus esfuerzos, y tanto porfía, que al fin arranca de cuajo la
Encina que elevaba la frente al cielo y hundía sus pies en los dominios del Tártaro.
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