El Lobo y el Perro Fabula de Jean de La Fontaine y Felix M Samaniego


Fabula El Lobo y el Perro

El Lobo y el Perro Versión La Fontaine


Era un Lobo, y estaba tan flaco, que no tenía más que piel y huesos: tan vigilantes andaban los perros de ganado. Encontró a un Mastín, rollizo y lustroso, que se había extraviado. Acometerlo y destrozarlo, cosa es que hubiese hecho de buen grado el señor Lobo; pero había que emprender singular batalla, y el enemigo tenía trazas de defenderse bien.

El Lobo se le acerca con la mayor cortesía, entabla conversación con él, y le felicita por sus buenas carnes.

“No estáis tan lucido como yo, porque no queréis, contesta el Perro: dejad el bosque; los vuestros, que en él se guarecen, son unos desdichados, muertos siempre de hambre. ¡Ni un bocado seguro! ¡Todo a la ventura! ¡Siempre al atisbo de lo que caiga! Seguidme, y tendréis mejor vida.” Contestó el Lobo: “¿Y qué tendré que hacer? –Casi nada, repuso el Perro: acometer a los pordioseros y a los que llevan bastón o garrote; acariciar a los de casa, y complacer al amo. Con tan poco como es esto, tendréis por gajes buena pitanza, las sobras de todas las comidas, huesos de pollos y pichones; y algunas caricias, por añadidura.”

El Lobo, que tal oye, se forja un porvenir de gloria, que le hace llorar de gozo.

Camino haciendo, advirtió que el perro tenía en el cuello una peladura. “¿Qué es eso? preguntóle. –Nada.- ¡Cómo nada! –Poca cosa.- Algo será. –Será la señal del collar a que estoy atado.- ¡Atado! exclamó el Lobo: pues ¿que? ¿No vais y venís a donde queréis? –No siempre, pero eso, ¿qué importa? –Importa tanto, que renuncio a vuestra pitanza, y renunciaría a ese precio el mayor tesoro.”

Dijo, y echó a correr. Aún está corriendo.

Francia, 1621-1695


El Lobo y el Perro Versión Samaniego


En busca de alimento
iba un Lobo muy flaco y muy hambriento.
Encontró con un Perro tan relleno,
tan lucio, sano y bueno,
que le dijo: «Yo extraño
que estés de tan buen año
como se deja ver por tu semblante,
cuando a mí, más pujante,
más osado y sagaz, mi triste suerte
me tiene hecho retrato de la muerte».

El Perro respondió: «Sin duda alguna
lograrás, si tú quieres, mi fortuna.
Deja el bosque y el prado;
retírate a poblado;
servirás de portero
a un rico caballero,
sin otro afán ni más ocupaciones
que defender la casa de ladrones».

«Acepto desde luego tu partido,
que para mucho más estoy curtido.
Así me libraré de la fatiga,
a que el hambre me obliga
de andar por montes sendereando peñas,
trepando riscos y rompiendo breñas,
sufriendo de los tiempos los rigores,
lluvias, nieves, escarchas y calores».

A paso diligente
marchando juntos amigablemente,
varios puntos tratando en confianza,
pertenecientes a llenar la panza.

En esto el Lobo, por algún recelo,
que comenzó a turbarle su consuelo,
mirando al Perro, le dijo: «He reparado
que tienes el pescuezo algo pelado.

Dime: ¿Qué es eso?» «Nada».
«Dímelo, por tu vida, camarada».

«No es más que la señal de la cadena;
pero no me da pena,
pues aunque por inquieto
a ella estoy sujeto,
me sueltan cuando comen mis señores,
recíbenme a sus pies con mil amores:
ya me tiran el pan, ya la tajada,
y todo aquello que les desagrada;
éste lo mal asado,
aquél un hueso poco descarnado;
y aún un glotón, que todo se lo traga,
a lo menos me halaga,
pasándome la mano por el lomo;
yo meneo la cola, callo y como».

«Todo eso es bueno, yo te lo confieso;
pero por fin y postre tú estás preso:
jamás sales de casa,
ni puedes ver lo que en el pueblo pasa».

«Es así». «Pues, amigo,
la amada libertad que yo consigo
no he de trocarla de manera alguna
por tu abundante y próspera fortuna.

Marcha, marcha a vivir encarcelado;
no serás envidiado
de quien pasea el campo libremente,
aunque tú comas tan glotonamente
pan, tajadas, y huesos; porque al cabo,
no hay bocado en sazón para un esclavo».

España 1745-1801





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