Enseñanza Reciproca Moraleja



Habían empezado las clases y la señorita Roxana, profesora del sexto grado, les dijo a sus alumnos que a todos los quería por igual. Pero eso no era del todo cierto.

En la primera fila del salón se encontraba, hundido en su pupitre, Miguel, a quien ella conocía desde el año anterior y había observado que era un niño que no jugaba con sus compañeros, que tenía la ropa desaliñada y que no se aseaba. Con el paso del tiempo, la relación entre la profesora y Miguel se volvió desagradable, hasta el punto de que aquella comenzó a sentir antipatía por su alumno.

Un día, el director de la escuela le pidió a Roxana que revisara los expedientes anteriores de cada niño de su aula para así comprobar la evolución de estos. Al revisar los informes que sus colegas habían escrito sobre Miguel, se llevó una gran sorpresa. La profesora del segundo año decía que era un niño brillante y con buenos modales. La profesora del tercer año lo describía como un excelente alumno y muy querido por sus compañeros; pero que tenía problemas en casa debido a la relación tensa que mantenían sus padres. La maestra del cuarto año señalaba que los padres de Miguel, a causa de sus problemas, se habían separado. La madre se había refugiado en la bebida y el padre apenas iba a visitarlos. «Estas circunstancias están provocando un serio deterioro en su desempeño escolar; ya no asiste al colegio con regularidad y, cuando lo hace, provoca peleas con sus compañeros o se duerme», finalizaba el informe.

En ese momento, la señorita Roxana se dio cuenta del problema y se sintió culpable y apenada, sentimiento que creció cuando, al llegar las fechas navideñas, todos los alumnos le llevaron regalos envueltos en papeles brillantes y preciosos lazos, menos Miguel, quien envolvió torpemente el suyo en arrugados papeles de periódico. Algunos Niños comenzaron a reír cuando ella encontró, dentro de esos papeles, un frasco de perfume a medio terminar y un brazalete de piedras al que le faltaban unas cuentas. La señorita intentó minimizar las burlas que estaba sufriendo Miguel, alabando la belleza del brazalete y echándose un poco de perfume en las muñecas. El alumno se quedó ese día después de clase solo para decirle: «Señorita Roxana, hoy olió como cuando yo era feliz».

Luego de que todos los niños se fueron, la profesora estuvo llorando durante una larga hora. Desde ese mismo día, renunció a dictar los cursos regulares y comenzó a introducir la enseñanza de valores a sus alumnos.

A medida que pasaba el tiempo, empezó a tomarle un especial cariño a Miguel, y cuanto mas trabajaba con él, desde el afecto hasta la comprensión, más despertaba a la vida la mente de este pequeño desaliñado. Cuanto más lo motivaba, más rápido aprendía; cuanto más lo quería, más comprendía. Y así, de ese modo, al final del año, se había convertido en uno de los niños más espabilados de la clase.

Transcurrieron los años y un buen día Roxana recibió una carta de aquel chiquillo que, ahora convertido en todo un profesional, le decía: «Gracias, señorita Roxana, por creer en mi. Muchas gracias por hacerme sentir importante y por enseñarme que yo podía marcar la diferencia». Roxana, con lágrimas en los ojos, le contestó: «Miguel, estás equivocado. Tu fuiste quien me enseñó que yo era capaz de marcar esa diferencia. No sabia como enseñar hasta que te conocí».







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