Edgar y Emma Cuento de Jane Austen


CAPÍTULO PRIMERO

  
-No puedo entender -dijo Sir Godfrey a Lady Marlow- por qué continuamos en un Alojamiento tan deplorable como éste, en una sucia ciudad de provincias, cuando tenemos 3 Casas estupendas de nuestra propiedad, en los mejores sitios de Inglaterra, y en perfectas condiciones para ser habitadas.

-Tengo la seguridad, Sir Godfrey -replicó Lady Marlow-, de que ha sido muy en contra de mi deseo que hemos permanecido aquí tanto tiempo; y el simple hecho de que estemos aquí ha sido siempre para mí un absoluto misterio, ya que ninguna de nuestras Casas necesita la menor reparación.

-No, querida -contestó Sir Godfrey-, eres la última persona que podría sentirse descontenta por lo que ha significado siempre un cumplido hacia ti, porque es imposible que no te des cuenta de los grandes inconvenientes a los que tus Hijas y yo nos hemos visto sometidos durante los 2 años que hemos permanecido apiñados en este Alojamiento para darte placer.

-Pero, querido -replicó Lady Marlow-, ¡cómo puedes decir semejantes falsedades, cuando sabes muy bien que fue por ti y por las Niñas, por lo que dejé una Casa extremadamente cómoda, situada en el Lugar más delicioso y rodeada de la Vecindad más agradable, para vivir 2 años apiñada en un tercer piso, en una ciudad insalubre y llena de humo, que me ha provocado una fiebre constante y casi me lleva a la Muerte!

Como después de varios intercambios más ninguno de los dos podía determinar quién tenía la culpa, dejaron prudentemente a un lado el tema y, después de empacar su Ropa y de pagar la renta, partieron a la mañana siguiente con sus 2 Hijas a su casa de Sussex.

Sir Godfrey y Lady Marlow eran en verdad personas muy sensatas, y aunque, como muchas otras Personas sensatas, algunas veces hicieran alguna tontería (como en este caso), sus acciones estaban por lo general guiadas por la Prudencia y regidas por la discreción.

Después de un Viaje de dos Días y medio, llegaron a Marlhurst, en buen estado y con buen ánimo. Tan contentos estaban todos de volver a habitar una casa que habían abandonado durante dos años, que ordenaron tocar las campanas y distribuyeron nueve peniques entre los tañedores.

 CAPÍTULO SEGUNDO


La noticia de su llegada, que se extendió rápidamente por toda la Región, hizo que en el curso de pocos días recibieran visitas de felicitación de todas las familias de la zona.

Entre los últimos, se encontraban los habitantes de Willmot Lodge, una hermosa Villa no muy distante de Marlhurst. El Señor Willmot era el representante de una Familia muy antigua y, además de los Bienes de su padre, poseía buena parte de las acciones de una mina de Plomo y un billete de Lotería. Su Esposa era una Mujer agradable. Sus hijos eran tantos que no podemos describirlos aquí uno a uno; baste decir que, en general, tenían inclinación por la virtud y no eran dados a la maldad. Siendo la familia demasiado numerosa para ir de visita a un tiempo, los padres llevaban a nueve hijos en cada una, de forma alternativa.

Cuando el Coche se detuvo a la puerta de Sir Godfrey, los corazones de las Señoritas Marlow comenzaron a latir intensamente ante la enorme expectación que en ellas despertaba la idea de volver a ver a una familia que tanto querían. Emma, la más joven (que estaba particularmente interesada en su llegada, dado su afecto por el Hijo mayor) permaneció en la ventana de su Vestidor, con la nerviosa Esperanza de ver descender del Carruaje al joven Edgard.

El Señor y la Señora Willmot hicieron su aparición en primer lugar, junto con las tres Hijas mayores: Emma comenzó a temblar. Robert, Richard, Ralph y Rodolphus aparicieron a continuación: Emma palideció. Sacaron a las Niñas más pequeñas del Coche: Emma se hundió sin aliento en el Sofá. Un lacayo vino a la habitación para anunciarle la llegada del Grupo: su corazón estaba demasiado lleno para contener su aflicción. Necesitaba un confidente, y pensó que en Thomas podría encontrar a un confidente fiel, porque necesitaba uno y Thomas era el único que tenía a Mano. A él le abrió su corazón sin guardarse nada y después de declararle la pasión que sentía hacia el joven Willmot, le pidió que le aconsejara sobre la mejor forma de sobrellevar el melancólico Dolor que padecía.

Thomas, quien de buen gusto se habría excusado para no escuchar sus quejas, le rogó que le diera permiso para no darle ningún tipo de consejo sobre el asunto, cosa que ella tuvo que acatar muy en contra de su voluntad.

Después de despedirle con numerosos ruegos de que le guardara el secreto, bajó con el corazón oprimido a la Sala, donde encontró a la buena Compañía sentada según la costumbre social en torno a un fuego llameante.

CAPÍTULO TERCERO

  
Emma permaneció en la Sala cierto tiempo, antes de reunir el suficiente valor para preguntar a la Señora Willmot sobre el resto de su familia; y cuando lo hizo, fue con una voz tan baja y tan titubeante, que nadie supo que estaba hablando. Abatida por el escaso éxito de su primer intento, no hizo ningún otro, hasta que, cuando la Señora Willmot pidió a una de sus Hijas pequeñas que tocara la campana para pedir el Coche, cruzó a toda velocidad la habitación y apoderándose del cordón de la campana dijo con gran decisión.

-Señora Willmot, no saldrá usted de esta Casa sin decirme cómo se encuentra el resto de su familia, en particular su hijo mayor.

Todos se mostraron muy sorprendidos ante aquellas palabras tan inesperadas, más aún teniendo en cuenta la forma en que las había dicho; pero la determinación de Emma, que no estaba dispuesta a quedarse otra vez sin respuesta, hizo que la Señora Willmot pronunciara con gran elocuencia la siguiente alocución:

-Todos nuestros hijos se encuentran perfectamente bien, aunque la mayoría están fuera de casa. Amy está con mi hermana Clayton. Sam en Eton. David con su Tío John. Jem y Will están en Winchester. Kitty en Queen's Square. Ned con su Abuela. Hetty y Patty están en un convento en Bruselas. Edgard está en la universidad, Peter con la Nodriza, y el resto (excepto los nueve que están aquí) en casa.

Sólo con dificultad pudo Emma contener las lágrimas al escuchar la ausencia de Edgard. No obstante, consiguió mantener cierta compostura hasta que los Willmot se marcharon, después de lo cual, no encontrando ya freno alguno al desbordamiento de su tristeza, dejó que ésta fluyese libremente y se retiró a su habitación, donde continuó llorando el resto de su Vida.

Inglaterra 1775-1817






No hay comentarios:

Con la tecnología de Blogger.